miércoles, 16 de diciembre de 2015

Pedro


Pedro trabaja en la mina de Santiago, en Zacatecas. Día a día, hasta que pueda trabajar. Hasta que sus pulmones o sus ojos digan ya, como a su padre, como a su abuelo, como a sus choznos les pasó. Tres hijos le mandó Dios a Pedro, tres futuros mineros. Tres hijos, varones, para fortuna. Lo que fortuna quiera decir. Fortuna-no-opulencia: fortuna poder trabajar en la mina, para fortuna de sus dueños, hasta que tus pulmones y tus ojos digan. Juana es la esposa de Pedro. Por cierto. Juana de su casa, que muchos años hicieron burla de su nombre. Ella llegó a despreciarlo, su nombre, hasta que se enteró de que le gustaba. Por cierto. Y fue hace poco, cerca del tiempo que Pedro comenzó a toser sangre, sobre el mismo paliacate que le sirve como filtro de impurezas y que nada filtra. Ni siquiera pensamientos. La locura de la mina. Oscuridad de sonidos. Nada más que la luz y los martilleos. Nada más por 8 horas. 48 años de Pedro, 32 años de trabajo, porque no puede jubilarse, porque no hay júbilo en su retiro. Porque su vida ha pasado en la profundidad obscura. Porque el único día que no hubo oscuridad en su mina, su mina, fue cuando llegaron los de la televisión, que hacían un reportaje y el único día que no hubo oscuridad él se soltó a llorar cuando le preguntaron cómo era su vida ahí abajo. Su reportaje nunca salió. Seguro porque se echó a llorar. Él mismo lo echó a perder. Por no tener un testimonio feliz, una historia grata y colorida que contar, qué bueno que no salió, la historia que entre llantos le salió, qué diría su patrón, seguro ya no tendría trabajo, ni él ni su progenie. ¿Qué harían en ese caso? Juana sólo fue enterada de las partes gratas de la vivencia. Unos de la tele fueron. Cuándo sales en la tele. Me dijeron que la semana próxima. En qué canal. A qué hora. No sé. No les pregunté. Y cómo te vamos a ver. Cómo se iba a ver a sí mismo, si ya veía poco más que menos. ¿Cómo lo iban a ver? Si salió llorando desde el primer instante. ¿Cómo lo iban a ver sus hijos llorar? ¿A qué iba a ese trabajo? A ser poco hombre. A ser todo lo contrario de lo que inculcaba a sus hijos diario, cuando se iba, cuando regresaba, cuando estaba, cuando ellos veían la tele. Hombre. Muy hombre. ¿Cuándo se había visto? Menos por la tele. No dejes al chillón. Día perdido. Hay buenas imágenes de la mina. Mete a otro minero, otra historia, otra con más color. Había sido el día más iluminado, cómo era posible que lo hubiera echado a perder así. Sus hijos en la sala, de dos sillones, pero sala. Emocionados. Listos para comenzar a ser como su papá, al menos el mayor, pero pronto los otros dos. Su papá entrevistado para la tele. Haciendo lo que siempre hace. Su papá ése tan muy hombre. Tan muy ejemplo. Que ocultaba el paño salpicado de rojo, disimulado por el rojo de su tela. Volteado por si acaso Juana, que se sorprendía por el rojo que esos pañuelos (filtros que nada filtran) despedían en cada lavada. Cuanta pintura de esos paliacates rojos que Pedro insistía en no cambiar de color. Rojo que se iba por el lavadero como la vida se le iba a su esposo en aquella mina. Después de la semana expectante, de hijos listos para su mina cambiando canales con el control Hitachi de la tele Hitachi una y otra vez, buscando a su papá en la tele, ésa donde habían visto a tantas estrellas y ahora estaban listos para ver a su más grande estrella. Hasta los vecinos lo sabían, y también cambiaban sus canales o se mantenían atentos a los posibles gritos de los pedros. Dos rayas debajo de lo normal aquel volumen de sus aparatos. Nada. Una semana. Dos semanas. El programa salió, por un canal sin cobertura en la zona de la mina de Santiago, en Zacatecas. Salió el reportaje, editado. Documental, de la mina y las bondades para el pueblo aquél. Testimonios gratos, agradecidos, coloridos. Como debían ser. Todos contentos. Menos los pedros que nunca vieron a su padre en la tele. Menos los del pueblo, apenas beneficiado con lo mínimo para vivir. Menos Pedro, que regresaba cada día de su mina a ser hombre, muy hombre, para sus hijos y Juana, a quien ya le gustaba su nombre.

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