El restaurante Los Sahuayos estaba relativamente cerca de
donde vivía, en la Doctores, con su esposa y sus hijos, pero se había ido en
la Gremlin por impulso, después de azotar la puerta de su casa. Cuando llegó
dijo que tenía una reservación, para el señor Manuel. Haga el favor de pasar
por aquí. Manuel venía enojado: había peleado con su familia, y que hicieran
ese juego de palabras llamado albur con su nombre era una molesta costumbre,
pero hoy, Día del Padre, llegando solo, le daban ganas de golpear al gerente
que lo había recibido con esa sonrisa pícara del michoacano que había caído en
blandito al D.F. Parte del atractivo del lugar eran sus platillos: pozole,
flautas o sincronizadas gigantes; pero en realidad los nombres de los platillos
eran lo más llamativo: mentada de madre, picadas de huevos, pellizcadas de
chorizo hacían el fetiche de los visitantes, que sonreían fascinados de oir gritar
al gerente aquellos alegóricos nombres cuando eran despachados, como si hiciera
falta gritarlos. La Gremlin de Manuel venía fallando. Cinco cuadras, sólo
cinco, y en la vuelta de Claudio Bernard a avenida Cuauhtémoc se había
comenzado a jalonear, llegando casi con el impulso del enojo de Manuel. "¡Entrada
de longaniza!" Los azulejos azul y blanco y el mosaico del restaurante
semi vacío hacían buen eco a la voz del gerente gritón, pero hoy no tenía
gracia. Los Sahuayos habían ofrecido abrir sólo ese domingo por ser día del
padre, pero el lugar estaba semi vacío a diferencia de lo que Manuel pensaba:
un lugar rebotando de gente, y que era por lo que apuraba a su familia para
llegar a la hora de la reservación. "Ni siquiera le hubiera dicho mi
nombre." "¡Mentada de madre! Gritaba el gerente agudo y orgulloso.
Los gritos de su casa antes de salir se le mezclaban con este grito artesanal
que ahora a Manuel se le hizo demasiado turístico. El lugar alargado y
enmosaicado tenía sólo 20 por ciento de ocupación, igual que su propia mesa: su
hija, sus dos hijos y su esposa se habían quedado en casa y sólo lo acompañaban
en las fotos de su billetera, ahí sí, sonrientes. "Te hice pozole, para
que no gastemos tanto." "¡Torta de salchicha en su mes!", gritaba
el gerente antes de, con la misma impudicia, regañar y nalguear con fuerza a
uno de sus cuatro hijos pre adolescentes, con unas nalgadas de desahogo
personal más que de corrección. "¡Te dije que había reservado en los
Sahuayos, ¿por qué se hace lo que todos dicen en esta casa?!" Lo que todos
dicen. Él mismo se lo repitió, Manuel, nombre sin albur.
La Gremlin arrancó jaloneándose de regreso hacia la calle
de Doctor Andrade, donde lo esperaba un pozole y él llevaba cuatro disculpas.
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