–Te pusiste loción. ¡No se vale!
–Poquita.
–No importa. Huele.
–Cualquiera te pudo saludar y
haberte impregnado.
–¿En todo el cuerpo? No se vale,
Javier.
–Ok, ok, no lo vuelvo a hacer.
Es por el recuerdo de la primera vez.
–Sí, pero no hace falta. Hasta
quisiera irme.
–A ver, vete.
(pausa) –Sí quisiera. En serio. Y luego Vetiver.
–¡Joven!
–Dígame, señor.
–Me trae la cuenta.
–Sí, señor.
–No es cierto. Me trae otra
Bavaria y… ¿quieres más vino blanco?
–¿Otra cerveza? ¿Pues qué,
estamos en el estadio?
–Ok. Un Black and White en las
rocas y otra copa de vino para la señorita.
–Sí, señor.
–Oiga y ¿le pueden subir a la
música?
–Voy a ver, señor y con todo
gusto.
–Gracias. Ya ve que hay cosas
que pueden mejorar la propina.
–Sí, señor. Voy a hacer el
intento.
–Gracias.
(silencio, tararea
Rising)–¿Sabes cómo se llama esa canción?
–Subiendo.
–Elevándose. Me gusta más con
ese nombre porque me recuerda a nosotros. Es sexy.
–¿Te gusta que nos veamos así,
Javies?
–¿Cómo?
–Así, cuatro veces al año.
–Es un buen número.
–¿Y si dejaras los números en tu
trabajo, para variar?
–Me refiero a que es una buena
frecuencia. Para mí.
(pausa) –¿Y no me preguntas si
está bien para mí?
(toma aire) –¿Está bien para ti
que nos veamos en cada estación del año, Patricia?
–Ya le subieron a la música,
¿oyes?
–Mejor que antes, sí, Patricia.
–No. ¿Alcanzas a oír la campana
del elevador?
–Pues no. Yo creo que si me
fijo. A ver. Sí. Ya la oigo.
–Te tengo que confesar algo.
–Tienes otro novio.
–No.
–¿Quieres que nos dejemos de
ver?
–¡Uy que serio! ¿Quisieras eso?
–Nunca.
–Ah, ¡bueno! No. Hay veces que
vengo. Sola. También en viernes.
–Gracias, joven. Y gracias por
subirle a la música.
–Sí, señor. Ya ve que cuando se
puede, se puede.
–¿Cómo que sola?
–Y no sabes cómo molestan. Unos
te mandan bebidas, otros se quieren venir a sentar, otros hasta se sientan. Hay
que rechazar a uno por minuto.
–¿Y, entonces, para qué vienes
sola?
–Para imaginarnos a ti y a mí.
Hasta me pido lo mismo de tomar. Dos copas de vino blanco. Ni una más. Imagino
que pides tu cerveza ésa, naca.
–Pero si…
–Y oigo el elevador, y me
imagino que estamos esperándolo y que una de esas campanitas es para nosotros.
–¿En serio haces eso?
–Sí. Y cuando toca vernos, te
pones loción.
–Perdón.
–Está bien.
–Salud. Juntos por siempre.
–Cuando se pueda.
–Siempre se podrá. Y trataré que
sea más de cuatro veces por año.
–No. Así está bien.
–¿Segura?
–Completamente.
–Salud, entonces. Vamos por
nuestro timbrazo. ¡Gracias, joven, ahí le dejé en la mesa, así está bien!
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